Me siento morir cuando soy consciente de que no estás. Algo dentro de mí se parte y me aprietan las ganas de llorar, de llorarte como si hubieras muerto. ¡Tonta!, me digo a mí misma, diciéndome que esta distancia es insuficiente para separarnos, que tú volverás a mi lado en sólo cuatro días, que entonces te abrazaré tan fuerte, que no podrás irte nunca más...
Ha sido un día eterno, donde me asaltabas en cualquier momento y la nostalgia se derramaba en mis mejillas, y besaba tu boca de aire, atrapándote con ansiedad. Me he alimentado de ti todo el día; de tus mensajes y silencios, de tu ausencia y tu voz al otro lado, de tu Te quiero y la realidad de que me amas tanto como yo a ti. Dios, no sabía que te amaba tanto, que esto me iba a doler de esta manera tan inhumana. No quiero decirte nada, no quiero, pero no puedo evitarlo; sería mentirme a mí misma si admitiera que no te echo de menos y que soy un cuerpo en pena (porque el alma te la llevaste tú).
Estoy desquiciada. Hoy, mientras me desnudaba antes de ducharme, olía tu camiseta sabiendo que tu olor se ha metido en mi piel y abandonado la tela blanca; acariciaba las huellas con que has marcado mi cuerpo y te recordaba, tu calor enredado en mis piernas, tus manos buscándome, nuestras bocas encontrándose como dos famélicas en una tempestad.
No quiero ni imaginarme qué se cruzará por mi mente mañana, qué sentiré pasado, cuánto lloraré al día siguiente, porque cada vez te necesitaré más...
Por favor, no me hagas ni caso; tú sólo disfruta para que yo entienda que debo dejarte libre y dejar de ser esclava de esta locura...
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