Caminaba deprisa, sabiéndose cada vez más cerca, más emocionada. Cruzó entre las calles, incluso tentó a la luz roja, dando un salto hacia el abismo. Giró los últimos pasos y la buscó. Y ahí estaba, sentada, mirándola. Por primera vez sintió que su ansiedad se calmaba, al mismo tiempo que despertaba su deseo, ese que no le pertenecía sino a la dueña de aquella maravillosa sonrisa que iluminaba hasta los días más tenebrosos.
Se sentó a su lado, sintiendo como miles de palabras llegaban a su boca y como todas se detenían, incapaces de describir, insuficientes para resumir, estúpidas ante la complicidad de aquella mirada. Y calló, intentando (sin éxito) no perderse en ella. Pero era inevitable. Su voz la abrazaba, la embrujaba.
Podía haberse quedado allí, en ese instante detenido. La gente pasando, el mundo girando, y ella contemplándola, rozándola.
Buscando un lugar perdido en el tiempo, avanzaron hasta un recodo perdido, escondidas entre árboles y sombras acechantes. Y ella, sólo quería besarla, besarla hasta que los labios se le desgastasen, hasta que toda su alma estuviese derramada en su boca.
Es casi paradójico, cruel, pero también se vive de segundos. También se sobrevive a base de pequeños besos, de caricias rápidas, de fugaces anhelos. Y cada roce te devuelve el aliento que creías te faltaba. Y, en esa estrella fugaz, viajas, a ninguna parte y a todas.
1 comentario:
Los momentos que siempre se recuerdan son aquellos peque�os instantes en los que miles de sensaciones se agolpan en tu cabeza y no te dejan actuar con un m�nimo de cordura. Mi locura y mi cordura est�n en tus manos.
Te quiero mi locura
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